lunes, 18 de diciembre de 2017

La Navidad de los ateos...

"La nostalgia es un baúl que está lleno de recuerdos..."


Por Mireya Cerrillo.


Se dice que, la Navidad es esa fecha del año que celebra el nacimiento del hijo de Dios, y además es el pretexto idóneo para reunir a la familia, intercambiar regalos y comer hasta el hastío...
La verdad es que la Navidad huele y sabe a nostalgia. Si hay a quienes les gusta la Navidad es precisamente por los recuerdos, por lo que nos evoca y por lo que tenemos guardado en la memoria de ella.
Después de mucho reflexionar, he llegado a la conclusión de que por eso no me gusta la Navidad: porque me sabe a ausencia y se pinta de color gris.
Hay una frase del autor Carlos Ruiz Zafon que dice: "El que tiene mucho apego al rebaño, es porque tiene algo de borrego..." y es verdad, me molestan las actividades que nos entorpecen y automatizan, volviéndonos seres repetitivos de una misma acción. No nací para ser borrego... no me gusta sentirme borrego...Y mucho menos necesito un pastor.
Y justo eso pasa en la Navidad, los cultos nos vuelven seres ordinarios y vacíos.
Dicen que la Navidad es la época de felicidad. Sin embargo, es cuando más suicidios ocurren en el mundo. Es fácil comprenderlo, pues la felicidad no puede forzarse y la magia no es más que un montón de habilidades para crear ilusiones en los demás.
Y yo soy una incrédula. Me cuesta mucho trabajo creer en el otro, en algo superior, en lo que sea o incluso en mí.
Y quizá me pase como a Mario Benedetti en su libro La Tregua:

«Son raras las veces que pienso en Dios. Sin embargo, tengo un fondo religioso, un ansia de religión. Quisiera convencerme de que efectivamente poseo una definición de Dios, un concepto de Dios. Pero no poseo nada semejante. Son raras las veces en que pienso en Dios, sencillamente porque el problema me excede tan sobrada y soberanamente, que llega a provocarme una especie de pánico, una desbandada general de mi lucidez y de mis razones. «Dios es la Totalidad», dice a menudo Avellaneda. «Dios es la Esencia de todo», dice Aníbal, «lo que mantiene todo en equilibrio, en armonía, Dios es la Gran Coherencia». Soy capaz de entender una y otra definición, pero ni una ni otra son mi definición. Es probable que ellos estén en lo cierto, pero no es ése el Dios que yo necesito. Yo necesito un Dios con quien dialogar, un Dios en quien pueda buscar amparo, un Dios que me responda cuando lo interrogo, cuando lo ametrallo con mis dudas. Si Dios es la Totalidad, la Gran Coherencia, si Dios es solo la energía que mantiene vivo el Universo, si es algo tan inconmensurablemente infinito, ¿qué puede importarle de mí, un átomo malamente encaramado a un insignificante piojo de su Reino? No me importa ser un átomo del último piojo de su Reino, pero me importa que Dios esté a mi alcance, me importa asirlo, no con mis manos, claro, ni siquiera con mi razonamiento. Me importa asirlo con mi corazón».

Y así surge una vez más la nostalgia que nubla la Navidad de los ateos, de la pesadumbre que provoca sentir, tocar, abrazar a Dios con el corazón y de involucrarlo en la propia vida. De hacerlo parte de las cosas cotidianas, de pelearse con Él como con un amigo. De la necesidad de que exista no como algo "insuperable", "inalcanzable", "infinito", e "inimaginable", sino como algo tan cercano que se vuelve frágil...

En esa ansia de que Dios se vuelva Navidad, radica el misterio de la misma... He ahí la magia y la ilusión que no todos podemos lograr.

La Navidad es y será entonces, el día para crear una esperanza que el resto del año sentimos ausente. El momento para alimentar una ficción y un espejismo, porque eso es Dios, una sugestión que sabe a nostalgia, y el duelo por lo inexistente puede llegar a ser muy doloroso. Sino pregunten a los ateos, a esos que dejamos de creer... pues a los Dioses después de todo, no se les busca, se les inventa.

¡Felices Fiestas!

martes, 5 de diciembre de 2017

La insoportable levedad del ser...


                                                                                                            Por Mireya Cerrillo.


Hace unos días llegó a mis manos el gran libro de Milan Kundera: "La insoportable levedad del ser."
Me encontraba realizando otros menesteres cuando apareció de repente. Esas coincidencias me gustan, pues aunque hace años que lo quería leer, no era el momento, y debo admitir que me fascina cuando un libro llega así: inesperadamente y porque debe ser. "Es muss sein!" (¡tiene que ser!).
En fin, no les diré mucho sobre el contenido o los personajes. Tendrían que leerlo para entenderlo. Quizá incluso un par de veces. Lo que es cierto, es que es una escritura sublime que nos conecta a los más profundos sentimientos de su propio auto-exilio: que redefine el concepto de Patria, de las mujeres, la cultura y el conocimiento, y sobre todo del amor. 
Hay muchas frases de este libro que me han marcado e incluso inspirado. Y una de ellas es la que provoca este post.
La "memoria poética", esa que define el autor como la que nos ha conmovido, encantado y ha hecho hermosa nuestra vida. Se encuentra en una región específica del cerebro o quizá del corazón... o tal vez en ambas.
Y haciendo evoco de mi compromiso con la vida, quiero hacer eco de mi memoria poética. Porque admitámoslo, la belleza de este mundo se encuentra en "La poesía de las cosas". (DAR CLICK Y LEER).
Esa beatitud que se descubre en la sensibilidad, en el encanto, en la dulzura. En el lenguaje que nos hace dudar del tiempo. En las palabras que se convierten en instantes. En las fotos que guardan universos enteros de sentimientos. En los abrazos que encierran fuego, y en los besos que son viento y nube. En las distancias que son permanencia y ausencia. En tí y en mí.
La levedad del ser: ¿es de verdad terrible el peso y maravillosa la levedad?, la levedad según Kundera, se consigue al desconectar de las cosas que nos traen peso: las relaciones. Porque la consistencia de la realidad se siente algo más ligera y menos asfixiante. La volatilidad de la existencia, la futilidad del ser...
¿Cómo decides vivir? ¿Cómo decides amar? Es lo que te define y marcará tu memoria poética. El amor, ¿nos da peso?, ¿nos da levedad?... Lo que es cierto, es que "el amor inicia cuando alguien inscribe su primera palabra en nuestra memoria poética".
¿Qué escribiste tú? Un día a la vez. ¿Qué escribí yo? Sólo tú sabes.
El amor, la vida, la muerte. La nostalgia. La alegría. La tristeza... las cosas bellas que me hacen poeta.
Esas que a veces olvido o niego para no sentir el peso que representa vivir, y es cuando recuerdo que lo suicida no se va del todo, pues "ella también quiere morir bajo el signo de la levedad", pero esa es otra historia...
Insinúo el peso que representan mis relaciones, y a la levedad que exijo como derecho. Esa ligereza que de tanto en tanto verdaderamente anhelo.
Mas de momento, decido aludir a las palabras que se vuelven magia. A los sueños que se convierten en versos y a los silencios que se quedan en mi alma. 
A la elegía, esa que tú inspiras. Tú eres mi poesía. A lo que me calma y asola: la melancolía de las cosas.