Por Mireya Cerrillo
“Para el habitante de Nueva York, Paris o Lóndres, la muerte es la palabra que jamás se pronuncia porque quema los labios. El mexicano, en cambio, la frecuenta, la burla, la acaricia, duerme con ella, la festeja, es uno de sus juguetes favoritos y es su amor más permanente”.
(Octavio Paz, “El laberinto de la Soledad, 1961)
Una vez más México se pinto con flores amarillas, la ciudad olía a incienso. Las velas iluminaron los caminos del camposanto a los hogares. En las cocinas se preparó chocolate y en familia se comió el tradicional pan de muertos. Se levantaron las ofrendas a los que ya no están, y vivos y muertos convivieron como si fueran uno.
En Barcelona los mexicanos se dejaron ver, aunque discretamente. Se organizó la “Ruta de Altares”, pudimos visitar ofrendas y por supuesto, comer pan de muertos con el chocolate espeso que preparan aquí.
Pero no fue igual, obviamente nunca será igual: Faltaron los niños pidiendo calaveritas, el aroma del cempaxúchitl … Pues aunque se creó el ambiente, se contagió la magia, pero faltó el misticismo…
Vuelvo al tema de los altares: es una ofrenda para conmemorar la vida de los que ya no están físicamente con nosotros… Se coloca su foto, velas, pertenencias de esa persona, comida que le gustaba, por supuesto flores, incienso, y no debe faltar el agua para mitigar la sed.
Yo sólo tengo una persona muy especial a la cual prepararle su ofrenda, y aunque este año no puedo hacerlo como se debe, trato de ofrecerle algo cada día. Pero hoy no es un día para estar triste ni mucho menos, pues aunque la ausencia duele, revivir sus recuerdos me hace sonreír. Y me gusta pensar que Él es mi ángel de la guarda, mi mejor compañía, mi guía y siempre mi abuelito.