Por Mireya Cerrillo
Todo comienza con un pensamiento… Con un hubiera o un quisiera…Con las ganas de tenerte cerca.
Es difícil darle seguimiento a todas las cosas que pasan por mi cabeza… Es difícil expresarlas en un trozo de papel para intentar sacar todo lo que me carcome la mente, e inquieta el corazón.
Si hubiera hecho, o dicho: ya no es posible. Lo hecho, hecho está. Quisiera hacer, es posible, pero el quisiera estar ahí, ahora no.
Nada me duele más que no estar con los míos en días como hoy… Un fin de semana normal, cualquiera, lleno de sol y planes, pues me faltan sus sonrisas, su voz, y más importante: sus abrazos.
Casi 3 años han pasado desde la primera vez de éstos pensamientos, y aún no cambian… No cambia mi deseo por querer tenerlos cerca. Mis ganas de estar a su lado y no perderme un momento de su existencia, ni mi necesidad de recibir su cariño expresado en un abrazo.
Ese acto único de estrechar entre los brazos a una persona en señal de cariño, afecto y apoyo… ese momento irrepetible en el que el tiempo se detiene, y por un momento, sabes que pase lo que pase, esa persona siempre estará ahí para tí. Cuánto me hacen falta sus abrazos, cuánto los extraño y los necesito…
Pero estoy aquí, a miles de kilómetros, en una tierra donde ese tipo de contacto no es del día a día. Y es que un abrazo es tanto y expresa demasiado: nos da ánimos cuando estamos tristes, puede decir te amo, te quiero o te extraño.
Un abrazo expresa : “¡Odio ver que te vayas!”, cuando es necesario despedirse, o “¡qué bueno que estés de vuelta!”, cuando regresamos a casa.
Un abrazo es tibio, es dulce, es la razón por la cual tenemos un par de brazos, para estirarlos y rodear a los que queremos y demostrar sin palabras, cuánto significa esa persona para nosotros.
Un abrazo dice lo siento, cuando no encontramos el valor para pedir perdón. Un abrazo es la única herramienta capaz de romper fronteras de idiomas, de raza o de color. Fragmenta barreras de guerra pues con él, se sella la más encantadora de las paces. Un abrazo abre las puertas a las sensaciones, deshace la soledad, derrota el miedo… Hace de los días tristes, un mejor día, y de los felices, más felices. Imparte la sensación de que pertenecemos a un sitio, aunque nos sintamos fuera de lugar. Llena los vacíos de nuestras vidas, y sobre todo, sigue funcionando aún después de haber terminado el abrazo.
Dicen que necesitamos una dosis de cuatro abrazos al día para sobrevivir, ocho para mantenernos y doce para crecer. Pff! No sé si llegue a 1 diario.
Hay abrazos de oso, grupales, de cintura, de amigos, de mejilla, impetuosos… Todos son tiernos, suaves, protectores, llenos de bondad y cariño, pero el nivel más alto de los abrazos, son aquellos que damos y recibimos de corazón, en éstos compartes tu alma, renuevas tus fuerzas, haces un contacto espiritual, son plenos, genuinos, prolongados, fuertes. Una experiencia compartida que nutre tus sentidos, y alegra tu vida.
En definitiva, me encanta abrazar y dar abrazos, soy adicta a ellos. Los necesito y en días como hoy, extraño los abrazos cortos, juguetones y tiernos de mis sobrinas, suaves y gentiles de mi abuelita, los abrazos de cuidado y alivio de mamá y los de protección y consentimiento de papá, pero sobre todo, los abrazos fuertes y terapéuticos que sólo mis hermanos saben darme.
"Sé que te vas a reír pero ando loco buscando la melodía que te congele en mi abrazo, que te retenga a mi lado."