viernes, 30 de julio de 2010

P U E B L A


Por Mireya Cerrillo.

Recorriendo el centro de Puebla, me di cuenta de que el tiempo pasa. Cuántos buenos recuerdos y bellos momentos soy capaz de revivir entre sus calles.

Ésa es la iglesia a la que solía venir acompañando a mi abuelita a la misa de los domingos. Entre sus muros aprendí a rezar, y entre las manos de mi abue, aprendí a unir las mías en un acto de fe. La fe es un don que aún no me ha sido dado.

Cada domingo con puntualidad, solía asistir con ella a escuchar la “palabra de Dios”. Yo era muy pequeña, y era encargada de pasar entre las filas de la misma a recoger la limosna de los asistentes, y ya más grande a leer las lecturas. Después de todo, era la nieta de la devota y siempre fiel, Señora Gloria.

Al terminar nuestro compromiso eclesiástico, me encantaba sentarme con ella en “la California”, una cafetería famosa por sus gelatinas, arroz con leche y en especial, sus “cremitas”… ¡Qué sabrosas! Y ¡qué dulce sabor a infancia!.

El centro de mi querida ciudad está lleno de historias. Tal vez, nos sentaríamos en el zócalo, alimentaría a las palomas de la catedral, me compraría un globo, o simplemente, nos encontraríamos a amigos que con cariño, siempre la han saludado.

Con mi papá, recorrí sus calles tantos sábados como helados compré de maquinita: suave y cremoso. De vainilla, chocolate o combinado. Cada sábado, me llevaría a desayunar al antiguo Café Aguirre. Unos bísquets y una malteada de chocolate. Mañanas dulces y dulces mañanas de sábado que darían inicio a nuestros recorridos. Tal vez después, visitar el zoológico Áfricam Safari, un paseo en poni, lama o lo que fuera. Ir a patinar al parque, o sólo caminar por el centro.

Pero antes, había que elegir el mismo número en el billete de Lotería, en la misma tienda, en la misma calle, con la misma ilusión de que algún día saldría ganador. Y resultó ganador del premio mayor, el único sábado que no fuimos a comprarlo.

Caminando por el centro, escuché historias y leyendas de boca de mi madre. Así, aprendí sobre la importancia que tuvo la ciudad para los españoles en época de la colonia y el por qué del nombre de Puebla de los Ángeles. Gracias a ella, aprendí sobre la cantera gris, material único de Puebla con el que se construyó el palacio de gobierno y la catedral en época Porfirista. Escuché la historia de los inicios de la Revolución mexicana, un 18 de Noviembre de 1910 en la actual Av. 6 Oriente 206 (Antigua Calle de la Portería de Santa Clara 4), la familia Serdán Alatriste daría inicio a la lucha por la libertad. Éste año se cumplen 100 años de ese hecho, y recordarlo me hace entenderlo de otra manera.

De labios de mi mamá, escuché una fantástica historia de amor, dulce como el alfeñique y fuerte como la casa que él mando construir a su esposa, decorada como un pastel, hacen de la Casa del Alfeñique, una obra arquitectónica única y especial para mi ciudad.

Seguimos caminando por el centro, y encontramos una joya del barroco novo hispánico, con su fachada de ladrillo y talavera, decorada con figuras de hombres grotescos, “La Casa de los Muñecos”, es parte destacada del tesoro
arquitectónico declarado por la UNESCO como
Patrimonio Cultural de la Humanidad en el año
1987.

El corazón de mi Puebla, es un lugar impregnado de historia, arte, tradición y leyenda. Aquí vivieron personas que darían forma a la ciudad, que crearían la gran herencia culinaria de mi estado. En sus conventos, se gestarían los mejores sabores de mi México: el mole poblano con chiles, especies, almendras y chocolate. Los chiles en nogada, las tostadas, los molotes, las chalupas, todos y cada uno de los platillos con los 3 colores de mi bandera, y con una leyenda que contar.

Puebla es un café en los portales, es un dulce momento recogido en una tortita de Santa Clara o un borrachito, es una tarde en el teatro Principal, una caminata por analco, es encontrar un artista en alguno de sus barrios, una noche de cocteles en la mítica Pasita, o revivir un recuerdo entre sus calles.

Por eso y más, Puebla es para mí, más que mi casa y mi lugar de origen, es mi base y mi todo. Me gusta volver a mis raíces, a mis recuerdos, a mis sabores y a sentirme cobijada entre las alas de ésta gran ciudad de ángeles.