"A veces, hasta que no abres la ventana; no te das cuenta de hasta qué punto te estabas asfixiando".
Por Mireya Cerrillo.
He visto pasar mis sueños entre las nubes colgadas del cielo, los he reconocido saltar en turbulencia por esa pequeña ventana de un avión que me llevó y me trajo de un lado al otro del Atlántico.
He visto en mil paisajes de colores y días lluviosos y grises los cambios de estación, ese salto de andén en andén. Ese tren en el que me perdí y viajé. Esas vias que me llevaron a un destino en lo más recóndito de mí.
Me he asomado por la ventana de mi recámara para descubrir el imponente volcán y a su amada, para ver si están nevados o cenizos por el transitar de un amor pasado. Esta es mi rutina de cada mañana.
He sentido miedo al conducir con la ventana abajo... Sin embargo, viajo con el viento pegándome en la cara. Así despierto. Así siento. Así viva me mantengo.
Me despedi tantas veces de los míos desde la ventana de un autobús. Ese que me llevó con nostalgia y me devolvía con emoción a una patria que añoraba, y al hogar que lejos yo formaba.
Si soy el conductor, miro al frente sin distracciones. Más si soy el copiloto me ausento en mi propio reflejo en la ventana del pasajero. Me giro y me volteo para evadir una realidad que no merezco cuando me enfurezco.
La vida es un viaje, eso lo sé. Y he abierto ventanas para descubrir y conocer. Y sentir brisas nuevas. Sin embargo, hay una cristalera que se ha mantenido cerrada: la ventana de mi alma.
Tardé mucho en reconocerla para comenzar a limpiarla. Quizá demore más en abrirla, pues siento que ha sido forzada y violentada. Después de todo, es un frágil cristal que se deja entrever en mi mirada. Un tragaluz donde lo que resguardo es delicado y fugaz como el tiempo.
¿Me atreveré a mirar sin desdén los paisajes de luz de mi alma? ¿Seré capaz de ver a través de la niebla que me ciega y me atrapa?
La verdad es: que nadie ha llegado tan lejos. Nadie ha sido capaz de abrir un poco la persiana.
Y hoy me encuentro con el cristal resquebrajado, tratando de decidir si lo reparo o lo cambio. Es escalofriante la idea de cortarse, más también es reconfortante el pensamiento que me invade. Quizá sea momento de abrir por completo, sin miedo y sin miramiento; con toda cautela y sin pena esa pequeña ventana que ofrece una nueva mirada, otra perspectiva de todos los viajes, paisajes y paradas que hoy sacuden y se hacen presentes en el mirador de mi alma.