Por Mireya Cerrillo.
Hay cierto misterio en las cosas que no conocemos. Expectativas por cumplir en las primeras experiencias de nuestra vida. Cosas por sentir, sabores por probar. Un deseo por las cosas que no hemos tenido y unas ganas por experimentar nuevas emociones.
Puede resultar peligroso tener altas expectativas en la vida, pues en ocasiones, el resultado no es el deseado. Tendemos a decepcionarnos y a dejar de maravillarnos. Sin embargo, las tenemos.
Hace poco más de cuatro años que inicié un viaje… Una marcha constante llena de cosas nuevas que me han enriquecido. Emigrar me ha hecho una persona diferente. Una mujer con expectativas, con deseos, con sueños y metas. Con ganas de maravillarme.
Recuerdo esa primera vez en el avión grande, aterrizar en otro país, escuchar otro idioma, otra cultura, otros gustos, otros aromas. Cuando vi las cunas de otras civilizaciones, cuando me asombré en ese gran museo, y en el otro, y me sorprendí con las esculturas, las pinturas, las catedrales, las otras ciudades y los pequeños pueblos. Arte. Cuando me embriagué de tantas nuevas emociones, me embelesé con los vinos, me colmé de todos esos otros platillos. ¡Qué gusto! Cuánta maravilla han visto mis ojos. Cuántos sabores he probado. ¿Cuántos?
No olvidaré las sensaciones de los climas diferentes. Frío, calor, lluvia, la humedad y los días secos. Claros y oscuros. A veces grises y con flashes de luz. Cada estación con sus colores. Las alturas, las distancias, las montañas y los mares. Las playas y los vientos. En cada nueva experiencia siempre viene a mi mente esa frase de Albert Einstein que dice: "El que no posee el don de maravillarse ni de entusiasmarse más le valdría estar muerto, porque sus ojos están cerrados."
Me he maravillado tantas veces que me pregunto si he llegado a mi límite. Si he visto tantas cosas bellas que he perdido mi capacidad de asombro. Tanta belleza no puede ser tan cierta. Mis ojos no están cerrados. Los llevo más abiertos que nunca. Quizás sea eso. Que ahora veo las cosas de manera diferente. Ya no me maravillo tan fácilmente, ya no me sorprendo como antes. Tanto escuché hablar de ciertos lugares, que visitarlos sonaba imposible. Sin embargo, llegué, heme ahí, a ésta mexicana perdida en busca de sentido. En medio de la Europa que tenemos idealizada. Ahí estuve, en los Alpes, en la montaña que algunos consideran maldita y otros una verdadera maravilla. De alguna manera, conquisté Mont Blanc.
Si bien es una belleza y un lugar con cierto encanto. Es tan bello que es fuera de este mundo. Es tan silencioso que asusta. Tan tranquilo que no es normal. Tan, tan, tan…cómo describir las emociones que viví por un segundo. Cómo poner palabras a algo nuevo. A una experiencia que quizás, sea única en la vida. No lo sé.
Sólo me queda citar eso que dicen los que hablan inglés: “been there, done that”… Estuve ahí, lo hice. ¿Ahora qué queda? ¿Qué puedo ver que me maraville tanto como aquélla primera vez? ¿A dónde tengo que ir?
Quizás sea eso. Es la distancia la que ha hecho caducar mi capacidad de asombro. Me he alejado tanto de lo mío que va siendo hora de volver. De dejarme maravillar por México. De volver a mis sabores. Quiero llenarme de mi país. Quiero que México me sorprenda. Es hora de dejarme seducir por lo mío, pues nada me entusiasma más que el azul de sus playas, el calor de su gente y la majestuosidad de mis volcanes. La riqueza de su historia. Los colores y los sabores de mi tierra que a momentos, resurgen en lo más íntimo de mi memoria para recordarme de dónde vengo. ¡Qué maravilla!
Pues aunque quiero llegar lejos y he volado alto, mi pista de despegue y aterrizaje siempre será el mismo…
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