"Prefiero la guerra contigo al invierno sin tí." Sabina
Por Mireya Cerrillo.
Los amores no llegan siempre a principio
de año. A veces despiertan un 5 de mayo y otros inician un 1o de Octubre. Unos
se acaban súbitamente y otros nunca lo hacen porque realmente jamás han
iniciado.
Los amores no siempre son cálidos
y tiernos, también tienen sus momentos de otoño para renacer, y de invierno para
buscar acercamiento.
Tal vez sea el frío que escuece
el cuerpo, o la temperatura del invierno que nos hace más endebles al afecto.
Hoy es invierno. Uno muy gélido. Hay nieve donde no la hubo, incluso en el
desierto. Llueve y atormenta. El piso se llena de barro y de los trozos de un
corazón que hace rato se fragmenta.
Va dejando sus retazos en la
esencia del viento y en la naturaleza del tiempo. Ahí están… a la vista de
todos y sin embargo… invisibles a sus ojos.
¿Cómo se siente un ser
destrozado?... No es falta de amor, ni siquiera del abrazo… Es todo este
inquieto arrebato que vive su mente tan desesperadamente. Cada día, cada noche.
¡Tan tremendamente.!
En el silencio de la noche. Ella
lo oye todo. Quisiera negarlo, sería lo más sensato. Más las voces son cada vez
más fuertes. Es un descontrol, nada
tiene sentido de repente. Estás roto.
Si te sientes hecho pedazos
significa que estás roto. Si las personas a nuestro alrededor no pueden ver esa
luz que otros a veces vislumbran, estás roto. Lo que pasa es que es esa
brillante y gran sonrisa la que disimula bien el quebranto.
Es hartazgo. Es fastidio. Es cansancio.
De pronto, alguien le muestra una
foto donde en un vasto cielo azul se asomaba el majestuoso Volcán con su
fumarola blanca y a un lado su durmiente amada. Lo hace para recordarle lo hermoso de este mundo, la belleza
de nuestro paisaje. Sin embargo le responde: “Donde Ud. ve cielo, yo veo
infinidad, un lugar de eterno descanso. Donde Ud. ve el volcán, yo veo
explosión y desfogue. Donde Ud. me ve… yo no puedo verme.”
Así, sumergida en la nostalgia de
siempre, esa que ya le caracterizaba, intentaba convencerle de que la última huida
sería la única salida. Ofuscada y sombría, tan triste como lo es la palabra
melancolía. Sin embargo, algo veía en ella que no era capaz de describírselo.
A veces sentía que la hartaba, la
hostigaba…mas prevalecía la paciencia y su encanto. Era una reina. Con el noble
corazón y pose de realeza.
Y ella… una pretensa princesa que
no sabía aún cómo derrumbar los muros de su castillo para salir a tomar
posesión de su reino. Con un dragón dentro, con su propia armadura y su leal
escudero… No necesitaba que la salvaran, ni siquiera precisaba de un beso. ¡Nada
de eso!, sólo requería despertar otra vez eso prestado que llamaban cuerpo, eso
tan humano que sabía era un anhelo.
Precisaba de un ángel, una bruja,
una reina, un hechizo, un conjuro…y aceptar todos sus íntimos misterios. La palabra mágica:
Deseo. Más se negaba a su propia condición de poeta cuando el sortilegio se
encontraba en las frases que callaba. Escribir de nuevo, esa era ella en
plenitud. Solo así hallaba la quietud. Más corazón, más sentimiento. Menos razón, menos
criterio. La musa: el Amor de Invierno.