“Y al final, las dos se querían pero no sabían cómo hacérselo saber...”
Por Mireya Cerrillo.
He tenido esta batalla tantas veces, que siempre sé cómo acaba. He sido parte de la discusión y de la Paz. Y ahora quiero ceder paso a la reconciliación entre Ella y Yo.
Leí: “El hijo con el que más discutes, es el que más se parece a ti”.
Veamos: ella es de personalidad sensible, con el corazón de poeta, con una enorme necesidad de sentirse amada, y con un carácter alegre pero explosivo. Ella no sabe medir sus palabras cuando se siente agredida.
La diferencia: No conoce las palabras perdón ni olvido.
Quiero sanar esta herida y no sé por dónde empezar; nos rompimos hace tiempo por una mentira a la que diste lugar. Después, es verdad que yo cometí un error que te causó decepción y tristeza, cómo si algo hubieras hecho mal. Y ni me perdonas, ni lo olvidas. Estas ahí para recordármelo de la peor manera y en el momento más inapropiado. Siempre está ahí tu herida, esa que yo no sé cómo sanar. Dices que te recuerdo mucho a papá, y aunque para mi es algo bueno, sé que para ti no lo es. Y eso duele.
Sé que tienes un pasado difícil, todos lo tenemos, pero para ti se trata de un concurso de quién lo ha pasado peor y esa serás tú para ganar.
Contigo hablar, todo es una competencia de protagonismo o victimización, no hay diálogo. Es imposible conversar.
Sin embargo, he aquí mis mejores recuerdos contigo: Cuando me llevabas al colegio y en el auto solíamos cantar, cuando te desvelabas leyéndome alguna lección para que yo aprobara un examen. Cuando estuviste a mi lado rezando porque casi me moría. Pero el más bello: cuando me llevaste a ver Hércules sobre Hielo, lo cual sé, supuso todo un esfuerzo porque es mi peli favorita e hiciste todo cuanto pudiste para comprarme el peluche de Pegaso que aún guardo con cariño.
Las tardes de teatro: “El hombre de la mancha”, “Cirque du Soleil”, “Viena y el vals”, ver los musicales de Broadway y conciertos compartidos, desde Mocedades a los BackstreetBoys. Pasando por Lila Downs y Raúl DiBlasio.
El peor: cuando me miraste sin orgullo y con violencia, y ese es el que no has podido superar porque insisto, siempre me lo recuerdas con brutales adjetivos.
Hace 5 años, en el preludio de un 10 de mayo, fue que sentí que dejaste de ser mi mamá. Esa de antes y te convertiste en este ser incapaz de sentir empatía, o de dar una palabra de amor. Y es verdad que nadie da lo que no recibe. Y nos veo, y te veo a ti y a mi abue, y digo. No puede ser. Cuánta similitud en la pelea. Cuántas heridas en el camino. Incluso te lo dije: “lo que tú sientes por tu abuelita, lo siento yo por la mía; y lo que sientes por tu mamá, lo siento yo por ti.” Sólo hubo lugar para el silencio.
Y aquí estoy. Escribiendo para entender, para llorar, para buscar una respuesta a ese silencio que nos separa y solo sabe atacar.
Porque al final sé, que no porque no me quieras más, significa que me quieras menos. Pero no sé cómo hacértelo saber a ti...
Sin embargo, estoy abierta a la oportunidad que me da la vida de tener tremenda guía para poder decir, hágase su voluntad. Quiero sanar, quiero avanzar.
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