Por Mireya Cerrillo.
“En el majestuoso conjunto de la creación, nada hay que me conmueva tan hondamente, que acaricie mi espíritu y dé vuelo desusado a mi fantasía como la luz apacible y desmayada de la luna”. Gustavo Adolfo Bécquer.
Ya lo dijo Jaime Sabines: “Un pedazo de luna en el bolsillo es mejor amuleto que la pata de conejo.” Y así lo creo. Creo en el poder de la luna que puede crear grandes olas o apaciguar las aguas. Creo (al igual que Mark Twain) que los seres humanos somos como la luna pues tenemos una fase oscura que a nadie enseñamos. Creo al igual que Borges que “Los largos siglos de la vigilia humana han colmado a la luna de antiguo llanto. Es necesario mirarla. Es nuestro espejo.”
La luna: siempre exquisita, melancólica, taciturna, romántica... siempre envuelta en belleza. Testigo y confidente. La luna en su giro alrededor de la tierra y yo rotando en torno a ella, y mientras ella da su reflejo a las estrellas, yo busco mi lugar en el firmamento.
La luna que consuela, que cobija, que escucha. La luna que me inspira y me vuelve más loca de lo normal. Sabines, Borges, Bécquer, Lorca, Quevedo, Benedetti… ya le han dedicado poesía al astro azul. Y yo, pretendo honrarla, describirla, descifrarla, pero alguien ya lo dijo: “está más allá de mi literatura”.
La luna para poetas, noctámbulos y soñadores. Para principiantes y avanzados. La veo indescifrable, más allá de lo que soy. Luna: tú que lo ves, tú que sabes mis secretos…lléname de luz y apacigua mis tormentos. Dile y hazle saber...
A la luna mis versos. A la noche mis sueños. Y a tí el relente de mis besos.
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