"Los amigos son ángeles que se levantan cuando tus alas han olvidado como volar"
Por Mireya Cerrillo.
Suelo no creer en ángeles. Al menos
no en el sentido estricto de la palabra que se refiere a espíritus celestes.
Sin embargo, pese a todas mis
incredulidades, creo en las personas que parecen caídas del cielo por su carisma,
gracia, simpatía y encanto. En las personas que brillan porque emanan luz y
fuerza. Y lo que los hace ángeles terrenales es que comparten estas y otras
virtudes con las almas pérdidas, confundidas, o con una que otra pena.
Debo admitir que este tipo de
personas son difíciles de encontrar, ya que son invisibles a los ojos de quien
con cuidado no observa, más si se tiene el don de hallar a alguien así, más
vale cuidarla y no desprenderse tan fácilmente de ella.
Un desliz de la vida me llevó al
privilegio de coincidir con una de estas. Única en su tipo por su candor, bondad
y belleza.
Su nombre ya dice mucho de quién es
ella. “La que es ayudada por Dios”. Y de ahí su labor de guiar a otros como
intermediaria y mensajera.
Sus alas son dos brazos que se
extienden a diestra y siniestra para envolver, al que se deje, en el más cálido
y reconfortante de los abrazos.
Sus palabras son bálsamo para el
alma que busca respuestas, y de sus labios se manifiestan entre sonrisa y
sonrisa, frases como consejos que apaciguan y paz emanan, pues su lenguaje es
el del amor y hay que tener buen oído para saber interpretar tan dulce y cálida
voz.
Si fuera de la guarda, ya es
excelente guía y protectora. Pero es algo más, la valía de su magnífica
presencia hace eco en el encanto de su especial y única esencia.
Su aureola es la corona de una
verdadera reina, pues en mi caso, me hace sentir como princesa.
Podría seguir describiéndola, pero
sólo me queda una palabra. GRACIAS. No sé aún qué tan lejos me llevará este ángel
que llegó a mi vida para recordarme con paciencia que soy hermosa, que crea en
mi genialidad y muchas otras cosas.
A mi querida ángel Elizabeth. No
pretendo nada con mis sencillas letras, más que honrar el valor de su presencia.
Esto es un regalo pues es lo que mejor se hacer. Escribir es mi terapia y es mi
manera de decir gracias por inspirarlas en momentos de duda y tristeza.
Ya sé qué fui en mi otra vida: una
verdadera “diablilla” disfrazada de alegre querubín para pasar desapercibida, y
entonces hoy y aquí, poder coincidir con Ud. para que mi alma reconociera la
suya. Somos de un lugar distante, de un paraíso perdido, de un cielo que estoy aprendiendo
a construir (a pesar de mis propios demonios) en la tierra gracias a su noble corazón
de maestra.
Con cariño y especial afecto… Estrella.