"Ríe payaso de tu amor destrozado,
ríe del dolor que envenena tu corazón..."
Pagliacci, Ruggero Leoncavallo.
Por Mireya Cerrillo.
En esta vida que es una mezcla de divina comedia e ínfima drama existe un personaje que a pesar de sus tristezas, busca la manera de hacer reír para recibir aplausos de una función que no es nada más que un improvisado montaje lleno de falsa ilusión.
En un episodio omnipotente de coraje, su rostro pálido de aflicción se llena de color para encubrir la pena y esa constante pesadumbre e incerteza.
Mas conforme avanza la obra, va perdiendo la cordura en un hecho inútil de locura y le invade un delirio ciego que a pesar de la pantomima, congoja y llanto, le exige expresar una sonrisa no sentida, un optimismo simulado y un consuelo de esperanza no advertida.
Su infeliz y desgarrada figura es reflejo de su ánima perturbada que ha olvidado del relato su candor y dulzura.
Es un payaso que en el amor es un fracaso, y que frente a la conmoción de la muerte va cayendo ante el ocaso, perdido ante su infortunada suerte pues su mera existencia le tortura, le trastorna y le duele.
¡Esa es la verdad de su espectáculo!. En el teatro tiene el valor que le falta en el escenario de la vida. Todo es una escena de disimulo, y el cúmulo de su lamentable y fatal ruina.
Porque ahí con el alma hecha pedazos y el temple quebrado en ese abrazo deseado, el payaso finge, pues no puede ser lo que quiere, y a cambio hace lo que puede tras una máscara y un disfraz que oculten todo lo que le hiere.
¡Hazme reír!, le piden. ¡Sigue en tu papel paso a paso, sé un verdadero bufón y continúa con el preparado guión!... Más el infame payaso sólo busca la osadía de que al final de su desilusionado y pretendido acto, le quede la fuerza de simplemente dejar de esconder su hipócrita sonrisa para tener la valía de meterse un balazo y acabar de una vez con su agonía.
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