Por Mireya Cerrillo.
Harta de mi, escribo porque ya no sé qué hacer con este dolor constante.
Fastidiada de pensarte, extrañarte, amarte y querer odiarte...
Escribo porque quisiera ser capaz de convertir mis lágrimas en arte.
Ya no quiero llorarte. Cada día y cada noche.
Ya no quiero que estés en mi pensamiento haciéndome tanto daño por dentro.
¡Ya no quiero!
¡Ya no quiero quererte!
De pocas cosas me arrepiento, y conocerte ...o mejor dicho, permitir que entraras así a mi vida, a mis sueños y mis miedos...a mi alma y a mi cuerpo... de eso sí me arrepiento.
Porque si estar contigo fue un regalo del cielo, este no tenerte es vivir el mismo infierno.
Y quizás exagero, pero es que dueles, quemas, y yo desespero.
Y creo que si pudieras ver los efectos de tu maldito desprecio o el resultado de tu rechazo, quizá, con suerte, serías un poco más amable. Quizás si en tu memoria revivieras lo bueno, no serías tan insolente.
Pero así eres. Y así me tratas con desdén y me invitas nuevamente al duelo... ese que vistió de negro un amor que sentía como un sueño.
¡Qué estúpida! ¡Qué incoherente! Creer en promesas rotas. En palabras vacías. En ilusiones prontas.
¡Qué catástrofe!
Y quisiera no llorar, y aquí estoy entre lágrimas escribiendo. Pero una cosa me prometo, y lo digo muy en serio, pasar por lo mismo otra vez, ni por ti, ni por nadie.
Corazón insoportable, ponte nuevamente tu coraza y serás indomable.
Llora hasta que deje de doler... ¿Cuánto? No lo sé. Mil noches de insomnio tal vez.
¡Ya no quiero llorarte! ¡Ya no quiero quererte!
¡Ya no!
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