lunes, 30 de octubre de 2017

La muerte y yo...




"Si quieres poder soportar la vida. Debes estar dispuesto a aceptar la muerte."

                                              Por Mireya Cerrillo.


Era domingo de descanso reparador.
Casi noche de muertos.
Noches de un raro resplandor en las que soplaba el viento como incitando a esos pensamientos de fin, que se quedaban en patéticos principios de calidad ruín.

 Mireya con perplejidad se preguntaba: ¿puede morir la muerte?
¿Quién la reemplazaría si así fuera
y quién dio vida a la muerte?

Los hombres reflexionaba, y esa necesidad de un antagónico. Ante el bien, debe haber mal, y ante la vida existe la muerte. Simple, no hay más.

Fuera como fuese: La muerte por alguna razón quizás extraña, le fascinaba.
No había intentado acercarse aún a ella. Pero cómo le llamaba: Seducirla, tentarla y pensarla la mantenía con la mente sin claridad y siempre ocupada.

La Calaca la visitaba en sueños con diferentes nombres y formas.
A veces era así encantadora: Con una belleza superior y alas como un ángel destructor, con mirada persuasiva y cuerpo castigador.
 Y otras era así: calva, risueña y esquelética. Graciosa, dentona y torpe. En esta versión no le parecía muy lista. Y quizá por eso no la tomaba tampoco en serio. Le parecía digna de una Calavera, pero jamás de un poema.
En cambio el ángel, era definitivamente un corrruptor sagaz, inspirador de esas cosas que ella llamaba: "sus letras"...

A decir verdad, con ninguno hablaba... Más de ambos se burlaba. Solo se miraban y mutuamemte se tentaban. Era un coqueteo del tipo: "yo iré a tí primero."
Y vendrás por mí porque así lo quiero. Bajo mis propios términos.

En esos silencios que mucho decían, cayó en la cuenta de que Mireya no buscaba al muerto ausente, sino aquel que en ella habitaba.
Recordó las palabras de Villoro: "el suicida ya está muerto antes de saltar."
Y ella sentía lanzarse al vacío constantemente...

Qué cosa tan intrigante eso de la muerte... Aquello de morir significaba no sentir, no sufrir. Terminar de ser. Y sin embargo: estar, sin vivir.

Quizá era sólo eso: un flirteo y un mútuo jugueteo... O tal vez era más: su más profundo deseo, y como tal, no descansaría hasta obtenerlo y hacerlo realidad:

Concluir mirándola a los ojos y decir: Aquí estoy. Aquí me tienes. Me rindo. He ganado. Yo llegué primero.
Abrázame y no me sueltes. Dame el beso último y llévame a ese lugar donde nada importa, nada afligue y nada tienes.

La Chirrifusca se reiría de mi probablemente, más el angel, sin decir más, me llevaría y finalmente hablaría: "No me iré.  No te dejo. Soy tuyo y eres mía.  Nos pertenecemos. Descansa y alcemos el vuelo..."


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