"Tengo la horrible sensación de que pasa el tiempo y no hago nada, y nada acontece, y nada me conmueve hasta la raíz" Mario Benedetti
Por Mireya Cerrillo.
Aún es Noviembre. Todavía se puede hablar de la muerte. Del otoño, la nostalgia y el silencio.
No encuentro pasión alguna que me
haga tremar.
No hay cama que albergue mis sueños.
No hay insomnio que me haga despertar.
No hay nadie en este corazón sin dueño.
Diré que me siento bien.
No hay cama que albergue mis sueños.
No hay insomnio que me haga despertar.
No hay nadie en este corazón sin dueño.
Diré que me siento bien.
Que se acabó la tristeza.
Que más no te quiero ver.
Así es mi falsa franqueza.
Que más no te quiero ver.
Así es mi falsa franqueza.
Esta triste con vocación de
alegre.
Dejará de rumiar sobre la
nostalgia.
Y armonizará la fatal idea de la muerte,
Con esta irresistible pretensión por
la vida rutinaria.
Mas eso es lo que me mata: la
desdicha de la usanza.
Dirán que se inmoló por demasía
de alegría,
O quizá porque era tanta su
melancolía
que esa fue su última venganza.
Sépanlo ahora: cuando decida
morir, será quizás un fin de semana,
El colofón de un día cualquiera y
desalentador, uno de esos vacíos.
Por fortuna: el suicidio es
gratuito.
Sólo precisa afán y una terrible
pena y desgana.
Estas son mis mentiras que me
creo con toda certeza.
Lo digo, y no lo niego.
Tampoco me apeno.
Poco a poco desfallezco ante mi
falta de paciencia.
¿Mis sinrazones para mi renuncia?
Son eso: mías.
No preciso dar explicaciones
sobre esta mi vida insulsa.
Morir y basta.
Mi última huida.
Solo pediría: no teman hablar de la muerte.
Es el fin último de la vida. Solo pediría: no teman hablar de la muerte.
No lamento esto que soy: las
contrariedades de mi nostalgia,
Ni los arrebatos de mis nocturnas
manías.
Quisiera así despedirme.
Pero soy una suicida indecisa.
Pues día a día trato de
convencerme:
Que esta vida me dará otra vez la
bienvenida.
Mi conciencia está tranquila.
Moriré llena de amor, y vacía de ganas.
En un último poema que mis
demonios destila,
lleno de palabras tristes y vanas.
Son las casi cuatro de la
madrugada.
Así es el reflejo automático de
hablar de la muerte y ver el reloj.
Quizás mañana esté menos
hastiada.
Y no precise de la hora para
perder el control.
Estas son mis verdades.
Estas son mis mentiras.