“El suicidio lejos de negar la voluntad,
la afirma enérgicamente. Pues la negación no consiste en aborrecer el dolor,
sino los goces de la vida. El suicida ama la vida; lo único que pasa es que no
acepta las condiciones en que se les ofrece.” Arthur Schopenhauer.
Por Mireya Cerrillo.
Decía el filósofo colombiano Nicolas Gómez Dáviila: "El suicidio más acostumbrado en nuestro tiempo consiste en pegarse un tiro en el alma". Somos llevados a la locura por una tristeza incomprensible, y por una nostalgia a la que nos acostumbramos los melancólicos. Esos tiros se vuelven paz y tormenta.
Hace más de diez años que mi alma vive sintiéndose así: triste, incomprendida y solitaria. Una congoja que si bien al principio me parecía ajena, hoy es lo único que verdaderamente reconozco como mía: la desesperanza, el ahogo, la desilusión y pena.
Hace tiempo que me siento diferente, intrusa y extraña en mi propio espacio y nadie lo nota.
Hace años que voy huyendo de estos sentimientos y de estos pensamientos que cada vez se hacen más fuertes y me atrapan, me abrazan, me invitan y parecen ser mi único consuelo.
Me persigue la misma pregunta una y otra vez: ¿luchar día a día o abandonarme sin tregua a una vida llena de tormento? ¿Morir definitivamente o seguir muriendo en vida?
Uno de mis cuentos favoritos termina con esta frase: "Recibió a la muerte como a una vieja amiga y fue con ella con gusto, dejando esta vida como iguales".
No sé cómo ni cuándo me toque darle la bienvenida, sólo estoy segura de que la acogeré sin miedo, como alguien conocida a quien se espera con ansia y despreocupación. Y mientras eso sucede, y mi alma se desalma poco a poquito, sé que así como iguales es como quiero alejarme de la vida.
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