"A veces la lluvia es el llanto de un día triste..."
Por Mireya Cerrillo.
Dos almas solitarias se encontraron en el ocaso de un domingo por la tarde.
Dos personas que sin entender el por qué de su soledad compartida, buscaban respuestas en el otro.
Dos seres solos con mil y un preguntas. Temerosos de volver a amar.
Quizá eran los fríos vientos de diciembre. O quizá era que anochecía más temprano. O incluso tal vez, se debía a que en medio del duelo amoroso que cada uno vivía, la compañía del otro hacía más fácil la partida.
Fuera como fuese, era un domingo melancólico para ambos. Un domingo de llanto, soledades, preguntas sin respuestas y reproches que les atormentaban.
Ella estaba acostumbrada a los días así: a la nostalgia, a estar sola y a tener pensamientos corriendo constantemente en su cabeza.
Él no concebía la idea de una traición, de saberse solo y de sentirse con tantas emociones nuevas.
No precisaban siempre de palabras para comprenderse, pues en los silencios también se decían muchas cosas. Por eso eran buenos amigos y excelente compañía.
Vino, pasta y una película para mitigar el ruido ensordecedor de sus inquietudes.
Un abrazo, dos besos y tres charlas.
Se sentían bien el uno con el otro. Mas a pesar de todo esfuerzo, por dentro seguían llevando a un amor muerto, uno que sólo ellos mantenían vivo con tanta duda y sugestiones. La posibilidad de lo imposible lo llamaba ella. La realidad no deseada lo nombraba él.
Amar a alguien más en tiempos de incertidumbre.
No querer sentir en temporada de frío.
Y estar roto por dentro en época festiva, era un lastre.
Ella lo confortaba escuchándolo. Y él la consolaba con palabras de ánimo.
Ella entendía su dolor pues él era ella y viceversa.
Una semana más culminaba sin mayor querella... más que aquella de sobrevivir a si misma.
Siete días. Y un triste domingo más pasaba.
Un día marcado por la melancolía donde "un lo siento", "un gracias", o "un te quiero" eran esas cosas tan difíciles de pronunciar, que por eso ella no las había escuchado de quien anhelaba.
Conformarse en el silencio debía, y a encontrar tranquilidad en si misma se obligaba.
Mas ya no podía con sus secretos...
Entristecido estaba el ambiente, enrarecida estaba la atmósfera y desconsolado estaba su espíritu.
"No puedes morir hoy", se repetía. "No en este domingo triste, quizás en el siguiente..."
Dos personas que sin entender el por qué de su soledad compartida, buscaban respuestas en el otro.
Dos seres solos con mil y un preguntas. Temerosos de volver a amar.
Quizá eran los fríos vientos de diciembre. O quizá era que anochecía más temprano. O incluso tal vez, se debía a que en medio del duelo amoroso que cada uno vivía, la compañía del otro hacía más fácil la partida.
Fuera como fuese, era un domingo melancólico para ambos. Un domingo de llanto, soledades, preguntas sin respuestas y reproches que les atormentaban.
Ella estaba acostumbrada a los días así: a la nostalgia, a estar sola y a tener pensamientos corriendo constantemente en su cabeza.
Él no concebía la idea de una traición, de saberse solo y de sentirse con tantas emociones nuevas.
No precisaban siempre de palabras para comprenderse, pues en los silencios también se decían muchas cosas. Por eso eran buenos amigos y excelente compañía.
Vino, pasta y una película para mitigar el ruido ensordecedor de sus inquietudes.
Un abrazo, dos besos y tres charlas.
Se sentían bien el uno con el otro. Mas a pesar de todo esfuerzo, por dentro seguían llevando a un amor muerto, uno que sólo ellos mantenían vivo con tanta duda y sugestiones. La posibilidad de lo imposible lo llamaba ella. La realidad no deseada lo nombraba él.
Amar a alguien más en tiempos de incertidumbre.
No querer sentir en temporada de frío.
Y estar roto por dentro en época festiva, era un lastre.
Ella lo confortaba escuchándolo. Y él la consolaba con palabras de ánimo.
Ella entendía su dolor pues él era ella y viceversa.
Una semana más culminaba sin mayor querella... más que aquella de sobrevivir a si misma.
Siete días. Y un triste domingo más pasaba.
Un día marcado por la melancolía donde "un lo siento", "un gracias", o "un te quiero" eran esas cosas tan difíciles de pronunciar, que por eso ella no las había escuchado de quien anhelaba.
Conformarse en el silencio debía, y a encontrar tranquilidad en si misma se obligaba.
Mas ya no podía con sus secretos...
Entristecido estaba el ambiente, enrarecida estaba la atmósfera y desconsolado estaba su espíritu.
"No puedes morir hoy", se repetía. "No en este domingo triste, quizás en el siguiente..."
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