“Se escapó de la cárcel de amor,
de un delirio de alcohol, de mil noches en vela. Se dejó el
corazón en Madrid, ¡quién supiera reír!...” Joaquín Sabina.
Por Mireya Cerrillo.
Canta Joaquín Sabina que se instaló
hace años en la calle melancolía. Él vive en el número siete, y yo hace tiempo
que escapé de la cárcel de amor y habito en el número nueve: donde recreo mis
romances, donde guardo mis sentimientos, donde atesoro mi más profundo arte.
Nos encontramos cantando y en
alguna que otra poesía. La última vez lo vi nubloso en la esquina de la calle soledad,
evocando seguramente como yo a alguien a la distancia. Abrazamos la ausencia y los
recuerdos que evocan esta triste memoria que se ha convertido en pandemia. Una pena
que se comparte, se contagia y se expande.
Es un barrio oscuro y lluvioso,
donde pasa como una fugaz estrella la efímera alegría. Me convertí en su vecina
en este suburbio de la nostalgia y la morriña. Llenos de pesadumbre somos
líricos de la prosa y la poesía. La música de nuestras almas suena triste y
desconsolada. De ahí surge lo más íntimo y bello de las musas que aquí
coexisten.
A mí también me dejó el tranvía de
la felicidad. En cambio, somos pasajeros de un tren desolado que va a ninguna
parte, y vamos andando sin encontrarnos más que en la parada final que dice: temporal
regocijo, prepárense para la tormenta.
Y reinicia el recorrido, del
deleite a lo afligido. Todo es momentáneo en las calles angustiadas de ésta ciudad
donde vivimos cerca de la avenida del olvido, en la vía de la eterna añoranza.
Pues aunque buscamos mudarnos, él
en la escalerilla y yo en el escondido rellano, decidimos quedarnos aquí en el
boulevard de los sueños rotos, con un tequila para cada duda, escribiendo en las
noches en vela en el paseo de los corazones destrozados pero siempre enamorados.
En esta ciudad gris donde todo se
convierte en una bella melodía. Aquí, soy vecina de Sabina.
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