Por Mireya Cerrillo.
La tradición más representativa
de la cultura mexicana es el Día de Muertos: una fiesta para los difuntos, un
agasajo para los vivos, una ofrenda de tradición, folclor e ilusión para los
desesperanzados.
Celebramos la muerte con la sátira
que pretende burlarla en vida, le escribimos poesía imaginando mil maneras de
morir. Le hacemos un pan que asemeja los huesos de la flaca para endulzar la
pena pues creemos que por unos días los
muertos vienen a convivir entre nosotros. Al parecer tenemos la fórmula
para marcar con luces, aromas y flores el fugaz camino de regreso al mundo de
los vivos. Más ¿cómo dar vida a los vivos que andan medio muertos?.
¿Qué manjar será suficiente para
degustar con ganas los sinsabores de la vida? ¿Cuántas flores serán necesarias
para marcar el sendero de regreso a la luz? ¿Cuántas velas para iluminar el oscuro andar de los abatidos?
No hay suficientes calaveras de
azúcar que mitiguen el amargo sabor de una vida que se vive a medias. Un día que
se vive con intensidad y diversión es el día de muertos que honra con alegría a
todos los que estuvieron entre nosotros. Pasión por la vida y por la muerte.
La muerte como
inicio de la vida. Un sepulcro para los que ya no están. Y Mientras nos visitan
las almas, yo me siento desalmada. Mientras todos celebran la muerte, yo
quisiera celebrar la vida. Pernoctamos por ellos y los volvemos a llorar. Nos
duele su ausencia que es recuerdo y en el recuerdo es donde los volvemos a
reencontrar.
La muerte va
buscando a quien saludar, a algunos los roza, los asusta y los hace tremar, y a
otros les da un beso que los acerca a su último lecho y nada más.
Busco a la muerte
que dé un fin a mi pesar. Ofrendo mi alma si ella la quiere aceptar. Invítame a
dormir en paz. Morir pues ya no hay más.
Flores para nuestros muertos. Luz
para los vivos que mueren día a día. Música para el silencio de los inocentes y
plegarias para la voz de los cobardes.
Altares para los muertos
vivientes y ofrendas para los vivos que andan medio muertos.