"Ya no quiero pensar, ya no quiero sentir"
Por Mireya Cerrillo.
En este momento ser yo es un
montón de contrariedades.
Paso de esas ganas de comerme al mundo a esa fatiga que me
empuja a la desolación de la inevitable renuncia. Así se siente la resignación:
conformismo forzoso e inmutable a corto plazo.
Reconocerme es imposible. Los
restos de lo que un día fui se van fundiendo con esta otra versión de un yo que
desconozco. Pero ya no soy extraña, ya me acostumbré a habitar esta piel y a
tener estos fatídicos pensamientos constantemente.
Tengo poca tolerancia a la frustración.
Me hunde, me sumerge, me apaga.
Tengo resistencia a todo lo que
significa vida. Estoy desganada, mi luz se extingue, mi mundo me sofoca.
No sé qué
camino tomar. ¿Qué hacer ahora? ¿A dónde ir? ¿Qué decir? No sé quién soy ni qué
quiero realmente. No pensé que sería tan difícil.
Una cosa es
cierta, el camino que me trajo aquí es el mismo que me llevará de vuelta a
casa.
Pero no es ahí
a donde pertenezco. No es ahí donde quiero estar. De eso estoy segura. Quiero
seguir migrando, viajando, vida nómada, perdida hasta encontrarme, quiero
habitar realidades diferentes aunque eso me lleve a evadir la mía.
Rehuir a mi entorno
no hará que desaparezca, pues cambiar el enfoque no significa evadir realmente, ya que la realidad es más amplia y flexible de lo que creemos.
Quiero huir de
los recuerdos, escapar de la tragedia del amor, fugarme de esta inherente soledad
y desaparecer si es posible. Supongo que por eso me gusta dormir, (aunque conciliar el sueño no consiga) porque es
como morir por un ratito.
No sé cuánto
tiempo más soportaré el transcurso de mi histora sin sentirme viva.
¡Qué triste
leerme así! ¡Qué fatal es escribir estas letras!
Mas lo
necesito, escribir es mi manera de sobrevivir mientras voy aprendiendo a vivir.
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