Por Mireya Cerrillo.
Estaba por despedirse de la
ciudad de sus sueños y a veces también de sus pesadillas.
Tres meses le bastaron para
reafirmar la decisión que le llevó tomar dos años: su lugar se encontraba en el
viejo continente.
Era la libertad, el sentido de
pertenencia que no tenía en ninguna otra parte, los verdaderos amigos que eran
su nueva familia, la soledad, los falsos amores, las quiméricas ilusiones y
sobretodo, un gran reto que afrontar lo que la llenaba de vida aunque sea a
ratos.
Quizás era el clima frío o el
color gris de la ciudad que combinaban con su esencia: triste, serena,
nostálgica. O tal vez el ritmo de la capital que le recordaba constantemente
que ese era su compás. Era su verdad, eran las mentiras.
En ese corto tiempo vivió
historias que podrían llenar un libro. A lo mejor un día lo escribiría. Noventa
días fueron suficientes para entender su efímero pero inolvidable amor. 2160
horas pasaron con sus días buenos y malos. Pensó en su deseo necio de quedarse
ahí y por eso hizo cosas que no pensó sería capaz de hacer. Sin embargo también
pensó en la muerte una que otra vez. ¡Oh el suicidio! Acto deliberado para
acabar con su vida. Su tonta vida que a veces le agobiaba, le aburría, le
hartaba y la llenaba de fastidio. Así con sus viajes, así con sus aventuras,
así con todas sus nostalgias.
¿Cuántas veces más pensaría en la
muerte? ¿Cuántas veces más se rendiría ante la cobardía de vivir el inevitable
paso de sus días? Una parte de ella estaba convencida de que no viviría muchos
años. La idea de una sutil partida a una edad temprana rondaba su mente
constantemente.
Quien sabe. Por el momento le tocaba volar una vez más. Regresar
al nido, recobrar las fuerzas perdidas y las ganas agotadas. Despedirse de su
imposible, decir adiós a la ciudad y seguir intentando. Sobrevivir para quizás algún
día vivir finalmente.
No quería irse pero tampoco podía quedarse. ¡Qué ingrato era
el destino a veces! Era ilegal en la tierra donde la ley importaba, y legal
allá donde la ley es para unos cuantos. ¡Qué ironías!
¿Cómo afrontaría su último saludo? Con melancolía seguro.
Con inquietud. Con resignación. Con cansancio. Con pena.
Fugaz alegría esa de saberse en Europa. Breve y momentánea
pero perdurable en su joven memoria. Nos vemos pronto...en otro tiempo, en otro
espacio o en otra vida.
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