Por Mireya Cerrillo.
Una persona muy importante para mí
me repite constantemente: “la vida es un teatro y hay que interpretar nuestro
mejor papel”. A tan sabias palabras habría que añadir lo que Charles Chaplin
decía: “la vida no permite ensayos, así que hay que vivir intensamente antes
que el telón baje y la obra termine sin aplausos…”
Si bien la vida es un teatro, yo no
soy actor. Sin embargo, preciso del uso de máscaras para dar mi mejor
presentación. Las máscaras que durante siglos han representado al teatro tienen
nombre: Talía y Melpómene. La comedia y la tragedia, esta pareja de máscaras
que además de figurar un símbolo en el teatro, también se usan para representar
el trastorno clínico bipolar, dentro del cual se encuentra la ciclotimia.
Yo que soy humanista, artista,
racional y que le busco un sentido y significado a todo aquello que me sucede,
finalmente entendí. Así como Talía es la musa de la comedia que presidía los
banquetes animados por la música y el canto, y que lleva por atributos una
corona de hiedra y en la mano una máscara sonriente. Melpómene por su
parte es la musa de la tragedia, a quien se le representa como una matrona
majestuosa y calzando el cornuto, en una de sus manos sostiene un
cetro y una corona y en la otra un puñal. Se halla rodeada de
fortalezas, armas y laureles y a su arrogancia se une la tristeza de la
soledad. Ambas se encuentran en forma de estatuas en los museos del
Vaticano y del Louvre.
Entendí el porqué de su uso. La
comedia y la tragedia como máscaras a diferentes estados anímicos. Por un lado,
la expresión de lo chispeante y alegre, y por el otro la tristeza y la tragedia.
¡Qué amplio rango de emociones pueden sugerir un par de máscaras! ¡Cuánta
personalidad de proporciones maniaco-depresivas detrás del telón del teatro que
es la vida! El gozo y la pena, la alegría y la tristeza: aspectos intrínsecos a
la condición humana.
Como todos los seres humanos, a
veces unos disfrutan con gran alegría y comparten todo aquello que poseen.
Otros simplemente no saben ni disfrutar, ni compartir su belleza y su fortuna,
de ahí que nunca sean felices.
Según la historia, el nacimiento de
la máscara surge en el momento en que se produce la conciencia de uno mismo, es
decir, cuando surge la necesidad de representar diferentes emociones y papeles.
El uso de la máscara encierra
culturalmente diferentes y profundos secretos y significados, relacionándose
con la íntima esencia de la dicotomía del bien y el mal, de la alegría y la tristeza,
del hombre y el cosmos. En Grecia, Roma, Egipto, en África, en los carnavales, para usos ceremoniales y religiosos, y en los mayas para preservar eternamente la
entidad anímica de quien la portaba. Máscaras para el entretenimiento y el
anonimato. La máscara como una prolongación del rostro.
La función comienza cada mañana y
termina por la noche al encontrarse cara cara consigo mismo, sin máscaras, con
los demonios propios, sin personajes, sino como persona.
En México se usan para proveer de
un aura de cierto misterio a los luchadores profesionales. Creo que de todas
las descripciones que encontré del uso de las máscaras, decido quedarme con esta,
después de todo soy mexicana y en la lucha libre se usan también para fortalecer
su personaje, es decir, alusivas a su nombre o apodo.
A partir de hoy y como siempre lo he sido: seré luchadora, libre, sonriente siempre y triste a veces.
A partir de hoy y como siempre lo he sido: seré luchadora, libre, sonriente siempre y triste a veces.