"No quedará en la noche una estrella. Moriré y conmigo la suma del intolerable universo"
Jorge Luis Borges.
Por Mireya Cerrillo.
Sus pies flotan en el aire.
Camina.
Duele pensar que el final último
de su viaje era la muerte.
La evadió un par de veces antes, así
que sabía cómo se sentía. Pero más peligroso aún, sabía cómo era sentirse
muerta en vida: la ausencia de sueños, respirar por respirar, vivir sin ese
latido, morir así poco a poquito.
¡Qué terriblemente absurdo es
estar vivo! Sus pies flotan, sus pisadas se desvanecen.
Sería el final de una historia
llena de cuentos, la solución al problema de la existencia humana, morir y ya.
Mas ¿cómo hacerlo?, ¿cómo terminar
con la pena sin causar más dolor? ¿Cómo mitigar el sufrimiento?
No había respuestas claras. Sólo
caos. Sólo desolación. No le daba miedo morir, más le aterraba continuar
viviendo así.
Esto no era lo que llamaba vida. Y
¿qué era la vida? Sino el viaje contínuo hacia la muerte. ¿Y qué era la muerte?
sino el destino final de la vida.
Notas tristes del alma que escriben
con tinta indeleble un adiós vacío de esperanza.
El efímero suspiro de un recuerdo
la devuelve por unos segundos al mundo de los vivos.
Pero la muerte musita su nombre y
detiene a su corazón que ya no puede más.
Un dolor fuerte en el pecho. Una
triste melodía para evadir la realidad.
Vivir en soledad. Irse en paz.
Duele admitirlo. El atardecer es
sombrío. Sonrisa fingida. Sólo resignación.
Sus pies flotan…su sombra emerge.
El aire ya no le sirve para respirar.
Esto no es vida. Es el preámbulo
a la muerte que ronda sus pasos hace un viaje o dos.
Flota…duerme…descansa…vuela…ya no
hay más dolor.
Culmina tu obra así, con el más
sublime poema a la melancolía.
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