“No hay peor batalla que la que se lucha contra uno mismo.”
Por Mireya Cerrillo.
Mil
maneras hay de morir y una sola fórmula para vivir.
Morir
es llegar al término. Y yo a veces quisiera sucumbir.
Vivir
es durar, estar, permanecer. Sentir: eso es lo que hago.
¿Sobrevivir?
Es el ahogo en un mar de emociones que pelea con las voces dentro de mí.
Para
llegar a un bien morir, hay que aprender a bien vivir.
Eso
me lo enseñó mi abuelo: darse en vida a los demás para recibir una buena
muerte.
¡Qué
gran lección de vida enseñarme a morir!
Pero
lo que me tiene al borde de la agonía es este incesable morir por ti.
Ya
no hay más nada que pueda hacer o decir para que regreses a mí.
Debo
expirar mis letras aunque en mi alma tú permanezcas.
Mi
temor no es perecer. Mi miedo es nunca dejarte de querer.
Quiero
volver a nacer. ¡Ya no quiero sentir tan intensamente todo lo que dentro de mí
siento!
A
mi alma confundiste con tu forma de ser cuando te rehusaste a dejarme amarte.
La
vida es recuerdo y olvido.
Es
el nocturno suspiro que me evoca a ti.
Es
el susurro que me cuenta de ti y me recuerda este ruin infortunio:
de
la distancia, del tiempo y el destiempo y este interminable silencio.
Existo
cuando me miras.
Fallezco
si tú me olvidas.
Concretemos
un adiós.
Un
recuerdo más que sea de los dos.
Morir
para no sentir.
Sentirte
para poder vivir.
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