"Eres un expatriado. Has perdido el contacto con la tierra. Te has vuelto cursi. El falso estilo de vida europeo te ha llevado a la ruina moral. Te matas bebiendo. Estás obsesionado por el sexo. Te pasas el tiempo hablando y sin dar golpe. Eres un expatriado. ¿Lo ves? Te pasas la vida yendo de un café a otro"
Ernest Hemingway en "Fiesta", escritor que formaba parte de la Generación Perdida.
Por Mireya Cerrillo.
La patria es la tierra natal que
nos da un sentido de pertenencia a una nación, es el lugar al cual nos sentimos
ligados legal, histórica y afectivamente. La contraparte es expatriarse,
exiliarse a sí mismo para vivir en el extranjero, fuera de la patria, salir y
abandonar, perder quizás eso que te hace parte de un pueblo.
Una vez emigré como estudiante, viajé
y conocí otros rincones que escondían la magia de lo absurdo y en ocasiones de
lo ajeno que se sentía como propio. Aunque extranjera, no me sentía fuera de lugar. Cinco años después
regresé y entonces experimenté la dura vuelta a casa, mis ilusiones caídas y un
choque cultural contradictorio. Mis recuerdos parecían venir de otra memoria,
las cosas eran sólo una remembranza idealizada. Tan llena de nostalgia como de
indiferencia, no volví a ser la misma, nada volvió a ser igual. Se perdió la
familiaridad que añoraba de tanto extrañar a los míos.
He decidido expatriarme, irme por
elección, no tolero más el sentimiento de ser foránea en mi propia tierra. Ya
no me siento refugiada, sino expuesta e incluso desamparada. Prefiero el exilio
y enajenación a la desnaturalización en la ciudad que me vio nacer.
Sin embargo, México siempre será
mi raíz, el lugar de donde vengo, los aromas y sabores que viven permanentemente
en el escondrijo de mi alma como evocaciones tardías, vacías y plenas de
alegría.
Vivo ausente en esta tierra,
errante y presente por el mundo, pero soy yo quien elige el rumbo. No sé si
volver significó perderme, o reencontrarme con la que fui, la que soy y la que
seré.
La vida es sueño dicen, y yo
tiendo a vivir despierta en profunda quimera, escribiendo así voy fluyendo. No
quiero vivir más de espejismos, quiero vivir otras realidades, vivir hasta
morir, o morir viviendo.
Mi tipo de sangre es de aquí y de
todas partes, soy cultura y tradición de ésta mi nación. ¿Se considerará irme
un acto de traición, una pérdida de lealtad? Seguirá siendo mi integridad la
que dé respuesta a tal inquietud.
Está claro: soy viajera,
pasajera, caminante, polvo de estrellas de tantas batallas y guerras: foráneas e
internas. Soy la que canturrea cuando mi sentir solloza, y la que desesperada sonríe
cuando la pena me ahoga.
Soy navegante que se pierde entre
la brújula de lo que dicta mi razón y lo que aclama mi corazón. He perdido el
timón a ratos, pero al ritmo del mar y con los astros como guía soy amiga de lo
sublime y de lo cotidiano, de lo que me hace ir, volver, regresar y también escabullirme.
Hace no sé cuánto tiempo ya que echo
de menos los lugares que he visitado y a los amigos que he dejado en otros varios,
tantos lados. Pero esta tierra mexicana de mi corazón y de mi alma hace que a
donde yo vaya, ella esté en mi pensamiento haciéndome con su mariachi su
esclava y con su tequila una tertulia en vigilia.
Siento, pienso, y sólo digo “Popocatépetl”,
mi volcán querido que explota e irradia mi ser y toda mi persona con la euforia
del eufemismo de “mandar todo a la chingada”.
En este bendito suelo hay alguien
que por mi suspira aunque sea desde el cielo, Querido abuelito: miro a mi alrededor
y sólo veo el dolor de un pueblo tan lleno de miedo y fervientes de un credo que yo
no profeso. Cuanto lo siento, pero más lamento vivir en vedo.
Por eso y más emprendo el vuelo,
sin filtro a lo que pienso y siento emprendo un viaje sin regreso, pues aunque a
veces eche de menos, yo valgo más como para vivir con frenos que en mí sólo
causan estruendo.
Pues después de todo, ya lo decía
Pedro Calderón de la Barca:
“¿Qué es la vida? Un frenesí. ¿Qué es la vida? Una ilusión,una sombra,
una ficción, y el mayor bien es pequeño; que toda la vida es sueño, y los
sueños, sueños son.”
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