Miguel de Unamuno.
Por Mireya Cerrillo.
Brota de la nada
así en lo imprevisto
un silencio
frío que se desvanece en el inútil intento de un grito.
Me quedo quieta
y escucho con sigilo:
es un ruido que
enmudece y crece despavorido.
Extasiada fui
ligeramente interrumpida.
Me miras
trastornado. Es algo muy raro.
Me dejas impávida
sin poder de huida.
No hay más algarabía,
todo es una efímera alegría.
Sin palabras y
con tanto por decir
hablamos de mil
maneras sospechosas.
Taciturno mutismo
sin fin
discutimos las
cosas ufanas y dichosas.
Aprendí tanto
de tu silencio
que ahora sé
escucharte a detalle.
De ti, de tus
sombras y miedos
y todo lo que
haces que en mi estalle.
No hay más
acción que la inocencia,
todo es
quietud, disimulo y cautela.
Seguimos siendo
distancia y ausencia,
y el breve
suspiro que por ti se cuela.
Sin embargo
todo es pretencioso.
Pasión y alegre
canto. Tú ansioso:
vienes a
decirme el porqué de tu rechazo,
a hacerme
pedazos y dejarme en profundo sollozo.
Evadimos lo que
hay aún por decirnos.
Nos fugamos de
la resonancia pero tú en silencio:
eres sonido mismo.
Eco inadvertido,
eres la armonía
que tiene a mi corazón cautivo.
Con tu música melódica
perturbas mi sueño y pensamiento.
Quedan sólo
restos de las ondas sonoras.
Queda sólo éste
triste sentimiento:
el afligido motivo
que a mi alma acongoja.
Un estruendo
remoto.
Una quietud
cercana.
Un gran
terremoto
en mi ser que
te aclama.
Eres mi
inquietud y sosiego.
Un eterno
desconcierto
que me impulsa
a emprender el vuelo,
a abrir el
cielo y vivir un sueño.
No tengo
pruebas para demostrarte
que mi amor por
ti es todo un arte.
Que extrañarte
es un continuo anhelarte,
que tu silencio
puede aniquilarme.
Esto es un
verso más dedicado a tu silencio.
El azul de tu
voz que me invita a desear tus besos.
Un poema que te
sonríe en la inmensidad,
una elegía para
ti y tu traviesa serenidad.
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