martes, 4 de enero de 2011

Con amor a mis abuelitos...


Por Mireya Cerrillo

Esta noche he tenido uno de los sueños más lindos. Más que sueños que evocan un deseo o una situación extraña, en realidad, eran recuerdos de una infancia feliz y llena de amor.

Sí, soñé con mis abuelitos, las personas que más admiro, respeto y quiero. Su amor siempre incondicional, la ternura que irradian sus miradas, la calidez que los hace seres únicos, la sabiduría detrás de sus palabras y la veracidad que esconden sus consejos hace sentirme afortunada.

Reviví en mi memoria tantos y todos bellos momentos de inocentes travesuras, tardes de juego y largas noches de conversación interminable. Me imaginé en las playas de Veracruz, esas que mi abuelito tenía miedo de nadar pero que recordaba como el rinconcito más querido de su existencia, con todo y diluvio de estrellas, palmera y esa mujer de Jalapa que siempre lo acompañó. Me vi recorriendo los callejones empinados de esa ciudad que vio crecer a mi abuelita: lluviosa, llena de flores y con una elegancia única.

Los inmortalicé en el malecón, ahí en el famoso café de los portales, bailando al son de la marimba, con el cielo estrellado, y al compás de las olas, siempre de la mano y eternamente enamorados.

Ellos son mis abuelitos, veracruzanos de corazón, poblanos por obligación, amados y respetados sin condición. De ellos aprendí a compartir, a sonreír, a no discutir y a escuchar de verdad. Con su ejemplo me enseñaron que el bienestar interior está en los pequeños detalles de la vida. En la sencillez de su persona se encuentra la excelsitud de la verdadera felicidad. Gracias a ellos, me di cuenta de las cosas que verdaderamente valen.

Jorge Romero Espinosa y Gloria Bello Benítez: Son mis “viejos”, la base de mi familia, la verdadera raíz de lo que soy y el deseo de lo que algún día espero ser. Un matrimonio ejemplar, de esos que cada día hay menos. Padres de 9 hijos, abuelitos de 23 nietos y bisabuelitos de 7 bisnietos (por contar a los más cercanos). Son la cabeza de esa gran familia que mi abuelito siempre soñó y mi abuelita supo sacar adelante.

Hoy alguien me dijo: “Recuerda a tu abuelito con amor, sin extrañarlo ni con nostalgia…” Y es así como lo recuerdo, de la única manera que sé y puedo recordarlo: con amor, no con nostalgia de algo que ya no puede ser, sino con la paz interior que trae evocar hermosos recuerdos juntos. Si bien echo de menos nuestras conversaciones, siempre admiraré la persona que fue y que sigue siendo en cada uno de nosotros.

No me queda más que agradecer a la vida la dicha de tenerlos en mi vida. El honor que supone ser su nieta, y el orgullo que siento cada vez que pienso en ellos. Gracias por su existencia, gracias por su presencia y por dejar en mí, lo más dulce de su esencia.


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