miércoles, 20 de enero de 2016

Invierno...

"Prefiero la guerra contigo al invierno sin tí." Sabina

Por Mireya Cerrillo.

Los amores no llegan siempre a principio de año. A veces despiertan un 5 de mayo y otros inician un 1o de Octubre. Unos se acaban súbitamente y otros nunca lo hacen porque realmente jamás han iniciado.
Los amores no siempre son cálidos y tiernos, también tienen sus momentos de otoño para renacer, y de invierno para buscar acercamiento.
Tal vez sea el frío que escuece el cuerpo, o la temperatura del invierno que nos hace más endebles al afecto. Hoy es invierno. Uno muy gélido. Hay nieve donde no la hubo, incluso en el desierto. Llueve y atormenta. El piso se llena de barro y de los trozos de un corazón que hace rato se fragmenta.
Va dejando sus retazos en la esencia del viento y en la naturaleza del tiempo. Ahí están… a la vista de todos y sin embargo… invisibles a sus ojos.
¿Cómo se siente un ser destrozado?... No es falta de amor, ni siquiera del abrazo… Es todo este inquieto arrebato que vive su mente tan desesperadamente. Cada día, cada noche. ¡Tan tremendamente.!
En el silencio de la noche. Ella lo oye todo. Quisiera negarlo, sería lo más sensato. Más las voces son cada vez más fuertes.  Es un descontrol, nada tiene sentido de repente. Estás roto.
Si te sientes hecho pedazos significa que estás roto. Si las personas a nuestro alrededor no pueden ver esa luz que otros a veces vislumbran, estás roto. Lo que pasa es que es esa brillante y gran sonrisa la que disimula bien el quebranto.
Es hartazgo. Es fastidio. Es cansancio.
De pronto, alguien le muestra una foto donde en un vasto cielo azul se asomaba el majestuoso Volcán con su fumarola blanca y a un lado su durmiente amada. Lo hace para recordarle lo hermoso de este mundo, la belleza de nuestro paisaje. Sin embargo le responde: “Donde Ud. ve cielo, yo veo infinidad, un lugar de eterno descanso. Donde Ud. ve el volcán, yo veo explosión y desfogue. Donde Ud. me ve… yo no puedo verme.”
Así, sumergida en la nostalgia de siempre, esa que ya le caracterizaba, intentaba convencerle de que la última huida sería la única salida. Ofuscada y sombría, tan triste como lo es la palabra melancolía. Sin embargo, algo veía en ella que no era capaz de describírselo.
A veces sentía que la hartaba, la hostigaba…mas prevalecía la paciencia y su encanto. Era una reina. Con el noble corazón y pose de realeza.
Y ella… una pretensa princesa que no sabía aún cómo derrumbar los muros de su castillo para salir a tomar posesión de su reino. Con un dragón dentro, con su propia armadura y su leal escudero… No necesitaba que la salvaran, ni siquiera precisaba de un beso. ¡Nada de eso!, sólo requería despertar otra vez eso prestado que llamaban cuerpo, eso tan humano que sabía era un anhelo.
Precisaba de un ángel, una bruja, una reina, un hechizo, un conjuro…y aceptar todos sus íntimos misterios. La palabra mágica: Deseo. Más se negaba a su propia condición de poeta cuando el sortilegio se encontraba en las frases que callaba. Escribir de nuevo, esa era ella en plenitud. Solo así hallaba la quietud. Más corazón, más sentimiento. Menos razón, menos criterio. La musa: el Amor de Invierno.

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