domingo, 22 de enero de 2017

El café y yo...



"Una buena taza de su negro licor, bien preparado, contiene tantos problemas y tantos poemas como una botella de tinta..." Rubén Darío

Por Mireya Cerrillo.

No recuerdo cuándo bebí por primera vez éste negro veneno. Pero recuerdo bien el día que me despertó...fue en un pequeño café de Italia en el que me di cuenta que mi realidad era otra, que el sabor era diferente y que la intensidad se había apoderado de mi mente.
Me gusta el café. Su historia. Su proceso. Su sabor. Y sobretodo, su innegable conexión con el mundo de las letras... Incluso, se sabe que mientras Europa estaba sumergida en el oscurantismo, la gente sólo bebía vino y cerveza. Estaban "borrachos", estaban "dormidos". Fue gracias a la llegada del café al viejo continente, que las ideas despertaron. Las grandes mentes se reunían en torno al café para crear los ideales del renacimiento y la revolución. El gran despertar de Europa se debe gracias al café.
Ya lo decía Honoré de Balzac: "Tan pronto como el café llega a su estómago, sobreviene una conmoción general. Las ideas empiezan a moverse, las sonrisas emergen y el papel se llena. El café es su aliado y escribir deja de ser una lucha".
El café y yo tenemos algo así como un affair... Yo lo bebo y me transformo. El café me permite tomarlo y me estimula a ser, a crear, a existir... 
Mis mejores conversaciones han tenido al café como cómplice. Las amistades sobresalientes se han fortalecido con una taza de café. Un buen trato se cierra con un buen espresso. Y no hay día frío que un capuchino no pueda remediar. O día tan cálido que un café helado no pueda apaciguar.
"El café es un bálsamo para el corazón y el espíritu", Giuseppe Verdi. Y cierto es... quien me conoce sabe cuánto disfruto una espléndida taza de café, con mejor compañía y excelsa plática. O incluso la combinación que más añoro: yo sola, el café y un rincón del mundo. Las poesías que inspira un día de lluvia, o la tranquilidad de disfrutar un libro en soledad.
Colecciono momentos, y la mayoría de ellos tienen a un café como testigo. Incluso los más arduos y amargos.
Ya lo dicta un proverbio turco: "El café debe ser negro como el infierno, fuerte como la muerte y dulce como el amor".
Así sea...


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