sábado, 11 de abril de 2020

Confinamiento...


"El tiempo acaba con la epidemia del amor" Joaquín Sabina

Por Mireya Cerrillo. 

Estoy en confinamiento con el resto de la humanidad. Cada quien en su espacio, en su mundo y en su extraña soledad. Hay quienes lo viven como un momento de introspección, otros ven en estos días el ultimátum para hacer las cosas que no hicieron y desean cumplir. Hay quienes simplemente ignoran esta realidad. Y hay quienes se replantean sus metas con miedo e incertidumbre sobre un futuro que hoy se sabe incierto. Sea como sea, lo que es cierto es que es un reto: uno físico, mental, emocional, que nos invita a reconocer nuestra individualidad, a la vez que nos incita a reflexionar sobre nuestra vida en comunidad. En lo personal, me ha enfrentado nuevamente a la parte más oscura de mi, esa que quiere morir, desistir, dejar de existir y de sentir. Esa que llama a mi peor enemigo, crítico y juez: yo misma. Pero al mismo tiempo, me ha permitido ver, una vez más la luz a través de los ojos del amor y del abrazo del perdón para enseñarme otra vez que el amor lo puede todo. Y no me refiero a ese amor idealizado de cuentos de hadas falsas o de las series banales de televisión en las que he inmerso parte de mi día a día para escapar de las noticias pandemicas y endémicas. Me refiero a un amor que, si bien reconozco es mi mayor contención, pues como decía Audrey Hepburn: "nací con una enorme necesidad de afecto y una enorme necesidad de darlo"; es un amor que se sabe incondicional, único, casi maternal y verdadero. Es un amor que me reclama atención de la misma manera que yo lo pido a gritos silenciosos entre lágrimas. Un amor que sé ofrecer a muchos pero no recuerdo cómo darmelo a mi misma. Estamos en un encierro obligado; hace 3 meses que pasé por la misma situación y entonces reaprendí a caminar, a no perder el equilibrio, a confiar en cada paso dado y a recordar que en mis pies encontraría el soporte y apoyo que por meses sentía perdido. Hoy, este encierro me recuerda lo aprendido y a no perder mi camino. Me pide enfocarme nuevamente en las cosas y personas que me dan paz y tramquilidad. Me invita a reaprender a amarme, a saber estar profundamente conmigo y sobretodo, a agradecer todo esto que vivo, que respiro, que siento, que me hace arder el pecho en recuerdos de amigos que están lejos, a vivir lo bello de la nostalgia, a revivir los viajes para repasarlos y saborear los pasos dados por otros lados que hoy también se saben aislados. Es un amor que me reconecta con los míos, con mis abuelos, con mis ancestros. Con aquellos a quienes a veces doy por sentado y con quienes he puesto distancia, no siempre de la sana, hace ya tanto tiempo... Es un amor infantil porque me recuerda que la vida es un juego, no hay que tomarla tan en serio... Es un amor adolescente porque llora y es empalagoso y se rompe y no lo entiende. Es un amor maduro porque se acepta, porque se expande y se reparte. Es un amor del que aprendo de quien me enseña. Y que doy a brazos llenos y sin miramiento. "No salgan de casa" es la orden. Ve dentro de ti, ese es tu hogar: limpialo, cuídalo, no dejes entrar la toxicidad. Al parecer el virus se replica si hay contacto. Hoy entendí que el amor actúa de la misma manera. Cuando salgamos de casa... no, perdón, cuando salgamos de nosotros mismos, estoy segura de que seremos mejores personas, una comunidad más consciente y despierta a las necesidades del otro. Un mundo donde no se hable del amor, sino que se viva el amor. 

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