domingo, 12 de octubre de 2014

Resignación...


Por Mireya Cerrillo.

Estaba por despedirse de la ciudad de sus sueños y a veces también de sus pesadillas.
Tres meses le bastaron para reafirmar la decisión que le llevó tomar dos años: su lugar se encontraba en el viejo continente.
Era la libertad, el sentido de pertenencia que no tenía en ninguna otra parte, los verdaderos amigos que eran su nueva familia, la soledad, los falsos amores, las quiméricas ilusiones y sobretodo, un gran reto que afrontar lo que la llenaba de vida aunque sea a ratos.
Quizás era el clima frío o el color gris de la ciudad que combinaban con su esencia: triste, serena, nostálgica. O tal vez el ritmo de la capital que le recordaba constantemente que ese era su compás. Era su verdad, eran las mentiras.
En ese corto tiempo vivió historias que podrían llenar un libro. A lo mejor un día lo escribiría. Noventa días fueron suficientes para entender su efímero pero inolvidable amor. 2160 horas pasaron con sus días buenos y malos. Pensó en su deseo necio de quedarse ahí y por eso hizo cosas que no pensó sería capaz de hacer. Sin embargo también pensó en la muerte una que otra vez. ¡Oh el suicidio! Acto deliberado para acabar con su vida. Su tonta vida que a veces le agobiaba, le aburría, le hartaba y la llenaba de fastidio. Así con sus viajes, así con sus aventuras, así con todas sus nostalgias.
¿Cuántas veces más pensaría en la muerte? ¿Cuántas veces más se rendiría ante la cobardía de vivir el inevitable paso de sus días? Una parte de ella estaba convencida de que no viviría muchos años. La idea de una sutil partida a una edad temprana rondaba su mente constantemente.
Quien sabe. Por el momento le tocaba volar una vez más. Regresar al nido, recobrar las fuerzas perdidas y las ganas agotadas. Despedirse de su imposible, decir adiós a la ciudad y seguir intentando. Sobrevivir para quizás algún día vivir finalmente.
No quería irse pero tampoco podía quedarse. ¡Qué ingrato era el destino a veces! Era ilegal en la tierra donde la ley importaba, y legal allá donde la ley es para unos cuantos. ¡Qué ironías!
¿Cómo afrontaría su último saludo? Con melancolía seguro. Con inquietud. Con resignación. Con cansancio. Con pena.
Fugaz alegría esa de saberse en Europa. Breve y momentánea pero perdurable en su joven memoria. Nos vemos pronto...en otro tiempo, en otro espacio o en otra vida.
 

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