lunes, 11 de mayo de 2015

27 horas...

"No importa cuán estrecho sea el camino, ni cuán cargada de castigos la sentencia, soy el amo de mi destino, soy el capitán de mi alma" William Ernest Henley, Invictus (fragmento)

Por Mireya Cerrillo.
 
No importa cuán recto haya sido el camino hasta hoy, no importan la pena ni el delito, no importa el castigo, no importa nada.

Importa la profundidad ahogada de mi mirada, la tristeza y desilusión, el coraje, la impotencia sobre la prepotencia, el fracaso, la pérdida, el tatuaje de un pasado glorioso, la carga de ese futuro prometedor y la frustración del presente que me encierra.

Importa el silencio nocturno y tenebroso que me pone cada vez más ansiosa. Los ruidos nuevos, las lágrimas y sollozos, la angustia propia y la ajena, la risa sarcástica del culpable que compró su inocencia y el carcajeo nervioso del inocente declarado culpable.

Este es el lugar en donde menos vales. Aquí en esta celda se respira sed y hambre. Y hay un tragaluz que se lleva poco a poco toda la esperanza. Los muros de concreto frío, tan rígidos como la melancolía son la cama que mata mis sueños, son la piedra que me perpetúa el insomnio a pesar de la fatiga y el hartazgo de esta vida que se ve resumida en veintisiete horas. En esa pared se leen las letras de otros que pasaron por ahí antes que yo: “Fuck the police”. Y pintada con heces se dibuja un pentáculo invertido circunscrito por una circunferencia. Símbolo de vida para unos y de muerte para otros. Se puede leer a Dios y se puede percibir ateo. Seis barrotes metálicos fungen como puerta y a ratos dejan entrever la ansiada libertad por donde llega un efímero viento que me recuerda que aún existe un afuera.

Afuera se oyen voces que dicen una cruel verdad: “la cárcel es para los pobres, los pendejos y los muertos de hambre”. Voces, la señal de que aún estoy viva. Mis muñecas son prueba de ello, apenas siento el pulso pero la huella hinchada que dejaron unas esposas arden y me instruyen sobre el dolor y la libertad.

No es un sueño, es una pesadilla y la estoy viviendo. Aquí las manchas se vuelven figuras, se tornan amigas, se convierten en voces y se hacen llamar mi compañía.

A un lado alguien ríe, al otro alguien llora y yo…yo hago un poco de las dos cosas. Sonrío ante la ironía y lloro ante el desconcierto.

Una vez más me pregunto ¿qué importa? Importa que pasa el tiempo y no lo puedo contar. Importa el dolor, el llanto, importa que no importa. Aquí, mi mundo se detuvo por veintisiete horas. Ahora, en torno a estos trece por once pasos imagino siete diferentes maneras de morir, de dejar todo por nada. De ansiar la nada a cambio de todo. Así, se ansía la luz, el abrazo, el cobijo, el resguardo.

Afuera llueve, sale el sol y el canto de un ave me pide que exalte una oración hacia el cielo azul que hace tiempo no apreciaba. Pido. ¿A quién le pido? ¿Qué le pido?. Ya no sé.

Dentro hay una tormenta, está obscuro y el único ruido es el estruendo de mi alma. Salgo y la pregunta permanece, ¿qué importa?, ¿Soy libre realmente?.

Los ojos que me ven ya no son los mismos, ni mi mirada profunda ni el atisbo de los otros. Sólo se entrevén los recovecos de lo que fue una contemplación de gusto por un miramiento de decepción.

Respiro, lo peor quizás ya ha pasado, estoy fuera y sin embargo me sigo sintiendo presa.




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