sábado, 28 de enero de 2012

Cité du temps…


Por Mireya Cerrillo

Ahora lo entiendo, Ginebra es una ciudad suspendida en el tiempo, es después de todo, la ciudad del tiempo.

Durante los primeros meses no comprendí el por qué de ese encanto diferente en la ciudad. Como de haberse quedado en otra época, en otro tiempo, donde todo es tranquilo, silencioso, a veces (para mí) incluso aburrido.

Es una ciudad de postal, con su lago, sus montañas, sus colores grisáceos, las nubes bajas, el clima frío. Da la sensación de estar congelada en el tiempo por sus edificios: viejos, “protestantes”, su arquitectura sin color, y ese ritmo sereno.

Ser la ciudad del tiempo va más allá de ese encanto peculiar. Son las casas de relojes, “maison du horlogerie”, que ofrecen sus productos no como simples relojes, sino como “máquinas del tiempo”… La puntualidad suiza se explica también por eso.

Lo importante no es saber la hora, o el día, es comprender que detrás de cada pieza hay un trabajo artesanal y un legado de hace décadas. Sí, son grandes marcas que empezaron como pequeños negocios familiares, manuales, únicos y que hoy son exclusivas casas.

Ayer me acerqué a una de estas grandes marcas, en realidad, una tienda pequeña, elegante, única. Entré por curiosidad a preguntar el precio de un reloj que llamó mi atención. No puedo explicar la experiencia pues es como de película. No es una tienda, es una boutique, no hay una vitrina a la que puedas señalar, es un catálogo y una lista de precios. No es un vendedor, es un experto en el arte del tiempo.

Ahora pueden imaginarse el tipo de tienda y la exclusiva clientela que visita el lugar, afortunadamente, el vendedor notó mi interés en el arte de la relojería y me atendió como atiende a un jeque árabe, o a un adinerado ruso… Con ganas de vender, y yo de comprar...

Es peligroso tener buen gusto, (sí, tengo demasiado buen gusto) pues cada vez tus aspiraciones son más altas, y tus intereses se perfeccionan. Aprendes a apreciar el por qué de las cosas, y a valorar los detalles que hacen que cada pieza sea única, diferente, a distinguir marcas y “casas”.

Para muchos quizás sea un simple reloj, para mí es una obra de arte, una máquina del tiempo que no está para decirte la hora, sino para recordarte que el tiempo son momentos, y hay que congelarlos, valorarlos, recordarlos, heredarlos, disfrutarlos.

Evidentemente, hoy no puedo acceder a esa pieza, sólo a admirarla, añorarla y quizás, algún día, en otro tiempo o en éste, ser portadora de una verdadera máquina del tiempo. (Revelar el precio de la pieza podría desmallar a más de uno. Es como tener una casa en tu muñeca.)

Mientras tanto, vivo en la ciudad del tiempo, rodeada de estas boutiques, aprendiendo el arte de la “horlogerie” relojería, de la futilidad y lo valioso que es el tiempo…Coleccionando momentos, trascendiendo.

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