miércoles, 12 de agosto de 2015

Tormenta de Emociones...

"La razón es fría, pero ve claro; la emoción le debe dar calor, pero sin hacer perder esa claridad."
Jaume Balmes

Por Mireya Cerrillo.

Los sueños corren el riesgo de morir por las emociones. Y las emociones momentáneas y efímeras como son, pueden llevarnos a tomar una decisión permanente para acabar con el dolor y la pena.
Constantemente me pregunto: ¿Qué es peor, correr el riesgo de vivir sentiéndonos muertos? O ¿morir y pasar a mejor vida?. ¿El descanso eterno de lo más etéreo o la fatiga de lo banal y material?.
Soy entre muchas cosas este desastre de persona y tormenta de emociones que no teme a la muerte, más sí a la tristeza constante de no sentirme viva.
Debo admitir que admiro a los suicidas que logran con debido tino y sin temor divino, poner fin a su desdicha. Los considero personas llenas de coraje para elegir su destino y terminar con todo lo que implica estar vivo sin culpa y sin contratiempo. Esa opción que cualquier otro consideraría cobarde y egoísta. Y que yo aprecio como un acto envidiable y pródigo.
Pues ahí estoy, entre la fría razón que me indica no seguir a mis instintos más débiles, y la fugaz y frágil emoción que me hace perder toda sensatez y claridad para elegir de una vez la muerte. Más mi miedo es uno y es claro: quedarme a medias entre la vida y la muerte, pues creo que no hay peor pesadilla que sobrevivir un suicido que sólo aumentaría la culpa, el agobio y la congoja. Y es que esa linea es una endeble fracción de tiempo y distancia que pueden marcar una gran diferencia entre la brutal sentencia por los errores cometidos, la alegre desventura de no pertenecer, y la triste condena de vivir esta fortuna.
Y es que ya no soporto los gritos en mi cabeza, esas voces que me aturden y abruman de tanto pensar y repensar lo que ya no quisiera; el cansancio emocional que mil horas de sueño no concilian por este infortunado insomnio; ni el agotamiento físico de cargar con tantas dudas e incertezas para las que parece aún no haber respuestas.
Todos tenemos fecha de expiración, la diferencia es que unos la elegimos, y para otros les es elegida por un llamado ser superior. Tengo problemas con la autoridad hasta con eso: ¿por qué he de irme bajo los términos y condiciones de lo que otro considera el final; cuando yo, con toda la inteligencia ecológica debida y habida, puedo elegir el momento certero para decir adiós?.
De pronto, aquí sigo y sobrevivo entre los pequeños placeres de la vida y el delirio y la manía de mis constantes melancolías.
¿Cuándo y cómo me iré? No lo sé. Sólo sé que será cuando y como YO decida.
 

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